EDITORIAL. VIOLENCIAS EN EL MUNDO DEL TRABAJO.

La
cámara de Senadores y Senadoras de la Nación en el mes de junio de
este año, otorgó media sanción al proyecto de ley de ratificación
del Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
sobre ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA Y EL ACOSO EN EL MUNDO DEL
TRABAJO, INCLUIDA LA VIOLENCIA Y ACOSO EN RAZÓN DE GÉNERO, adoptado
por la Conferencia del Centenario, en su 108ª reunión, llevada a
cabo el 21 de junio de 2019 en Ginebra. La violencia y acoso en el
mundo del trabajo es una expresión que comprende no solo lo que
sucede en el lugar de trabajo sino a todas las dimensiones que
atraviesan la relación laboral en el ámbito social, político,
cultural y económico.
Designa un
conjunto de comportamientos y prácticas inaceptables,
o de amenazas
de tales comportamientos y prácticas,
ya sea que se manifiesten una sola vez o de manera repetida, que
tengan por objeto, que causen o sean susceptibles de causar, un daño
físico, psicológico, sexual o económico, e
incluye la violencia y el acoso por razón de género.
Y la expresión “violencia y acoso por razón de género” designa
la violencia y el acoso que van dirigidos contra las personas por
razón de su sexo o género, o que afectan de manera desproporcionada
a personas de un sexo o género determinado, e incluye el acoso
sexual.
En su
visión tridimensional del tema, Slavoj Zizek refiere a la “violencia
sistémica u objetiva” propia del mundo capitalista que en su fase
neoliberal se refleja en la miseria, desigualdad, exclusión,
precariedad, marginalidad, etc.; que por su recurrencia se torna
normal, imperceptible. Luego a la “violencia simbólica”, que se
impone a través del discurso de la clase dominante fundamentada por
una ideología que sostiene el poder (cuyo ejemplos son racismos,
odios, discriminaciones, etc.), los medios masivos de comunicación
en manos de empresarios expresan de manera excluyente un ideario que
invisibiliza y silencia la voz de los que no tienen voz. Ellos se
encargan de mediatizar normalizando la violencia sistémica. Y en
tercer lugar, las “violencias subjetivas”, que son aquellas
formas directas de violencias y son mostradas por los medios masivos
de comunicación, los femicidios, las masacres cotidianas, las
agresiones de narcos, policías, militares, paramilitares, etc., con
«daños colaterales» en la población civil. Esa trilogía funciona
con cierta dinámica por donde la violencia simbólica visibiliza la
violencia subjetiva y la desconecta de la violencia sistémica. La
tipificación de la violencia en el mundo del trabajo es un avance
para desarmar la violencia sistémica. Aunque insuficiente, es un
buen comienzo.
También
como parte de los ataques al mundo del trabajo es que en este mes de
julio recordamos, como cada año, la violencia de la noche de las
corbatas contra los abogados y abogadas laboralistas, de los
representantes sindicales y de los trabajadores víctimas de la
violencia sistémica.
Recordamos
una vez más las palabras de Juan Alemann, viceministro de Economía
de Martínez de Hoz, cuando confesó: “Nosotros liquidamos la
subversión, derrotamos al movimiento sindical y desarticulamos a la
clase obrera. Todo lo que vino después fue posible por nuestra
labor” (La Nación, 9-4-1987). La represión ilegal, como parte del
“Plan Condor”, fue una devastación del mundo del trabajo,
destinada a desparecer a los líderes de la clase trabajadora (y a
sus abogados y abogadas). Luego de años, después de haber
transitado y removido numerosos obstáculos, se comprueba la
vinculación del sector empresario con la desaparición forzada de
los trabajadores. Una violencia en el mundo del trabajo
invisibilizada, oculta, “desaparecida” de la escena como aquellas
normas originales de la Ley de Contrato de Trabajo que nunca más
fueron restauradas. Cuando comienzan a visibilizarse la
responsabilidad penal de los gerentes de empresas nacionales y
multinacionales, aparece una nueva violencia simbólica que instala
el problema de “las mafias de los abogados laboralistas”, lo que
no es casual, coincidiendo con un gobierno que mayoritariamente
estaba integrado por CEOs de empresas. Tampoco lo es la violencia
simbólica que habla del contrato y el despido como “comer y
descomer”, o la transformación del trabajador en “emprendedor”
y que el respeto a la dignidad de la persona se sustituya por la
meritocracia.
Por
eso, hablar de la violencia en el mundo del trabajo nos puede
permitir desarticular esa trilogía porque podemos situar las formas
de violencia sobre las personas que trabajan de una manera
visibilizada, pero queda en manos de todas, todos y todes hacerlo
propio y desarticular esas formas de control social.
Un
avance importante han realizado las mujeres al visibilizar las
violencias, a partir del NI UNA MENOS, saliendo masivamente a las
calles y generando una producción normativa articulada que obliga a
las personas que ocupan cargos públicos a cumplir un mandato legal
como la ley Micaela donde el desafío es en todos los órdenes. No se
trata solo de una norma, es la acción mancomunada de solidaridad y
sororidad en las relaciones intersubjetivas del mundo del trabajo.
Violencia
de género en el mundo del trabajo son la discriminación y el
maltrato que sufren las mujeres y disidencias, que padecen paredes y
techos de cristal, a las que la pandemia pega de manera desigual,
porque siguen teniendo las tareas de cuidados a su cargo. Con el ASPO
se multiplicó porque en esas tareas invisibilizadas que hacen en sus
hogares ahora está la presencia patronal que encarniza esa violencia
sistémica oculta en la conexión virtual que facilita las “redes”
(concepto que puede significar conexión como también elemento para
“atrapar” o “cazar”). Esa nueva forma de trabajo desde el
lugar de aislamiento, es facilitada por una violencia simbólica de
“buena fe” y “colaboración” normativa (simbólica) para que
se trabaje en situación de “encierro” en ese mismo lugar donde
las tareas de cuidado “esclavizan” y le dan la libertad de
sacarse el grillete al “someterse” al trabajo “remoto”, sin
desconexión ni respiro.