LAS PUTAS DE SAN
JULIÁN. CUANDO LA HISTORIA, BUSCANDO JUSTICIA, LE DA LA RAZÓN A LA
ÉTICA, por Rubén Mosquera
Puesto a escribir alguna
líneas sobre “Las putas de San Julián”, en mi caso todo lo
sucedido de aquella historia, está ligado a la obra de teatro de mi
autoría que lleva ese título y con la que tuve el privilegio de
llevar adelante aproximadamente cien funciones contando con la
presencia como actor, representándose a sí mismo, de Osvaldo Bayer.
Quiero y necesito
aclarar que no soy historiador y que esta nota no puede ser tomada
como fuente, está escrita sin más prueba histórica que los dichos
que me aportara el propio Osvaldo en aquellas largas charlas entre
funciones teatrales, en viajes, giras, en los cientos de desayunos,
almuerzos y cenas que compartí con él. Desde ya que lo que Osvaldo
afirmara en esas conversaciones, a mí me bastan como fuente de
fidelidad histórica y por eso quiero agregar - como dije en una
conferencia en la ciudad de Salta frente a periodistas que
interrogaban inquisitivamente a Osvaldo sobre versiones que
contradecían lo afirmado por Osvaldo en su momento sobre la familia
Martínez de Hoz -, reiterando que no soy historiador y que sólo
escribo y dirijo teatro, pero tal vez por haberme criado en un barrio
suburbano con sus códigos de lealtad al amigo, afirmo lo mismo que
afirmé en Salta: a Osvaldo lo banco y si él lo dijo para mí es
ley.
Todo comenzó un día
que a la salida de una función que yo dirigía de una obra que
tocaba la temática femenina, me avisan los responsables de la sala
que estaba Osvaldo aguardándome, quien había sido espectador de la
función, queriendo hablar conmigo.
Más allá del honor y
el placer que siempre daba conversar con Osvaldo, me sentí
enormemente honrado cuando él me dice que por el tratamiento que
había visto en la obra de la figura de la mujer y sus
circunstancias, me ofrecía e invitaba a adaptar en versión teatral
el episodio ocurrido en el prostíbulo “La Catalana” de Puerto
San Julián y que él recoge en el último capítulo del segundo tomo
de su libro “Los vengadores de la Patagonia Trágica”.
Conocía el episodio,
por haberlo leído hacía unos años, pero le pedí un tiempo para
responderle, luego de pensarlo volví a júntame con él y cuando me
dice que poder representar y popularizar lo vivido por aquellas
mujeres era una de las cosas que le quedaba pendiente, ya que ése
había sido en su guión original, la escena final de la película
“La Patagonia Rebelde”, pero que la censura no permitió que se
incluyera aquel episodio, que increíblemente las autoridades
militares autorizaban todo, permitían que se mostraran los
fusilamientos, la crueldad de la represión, la complicidad entre
estancieros y el ejército, pero la inclusión del prostíbulo no.
Eso de inmediato, me
movió a aceptar y a interesarme en lo acontecido en 1922 en aquel
prostíbulo. Ahí comenzaron esos tres años de profundo intercambio
con Osvaldo y de conocimiento de detalles de las huelgas y de sus
protagonistas no mencionados en la obra escrita. Durante 2012 tuvimos
intercambio personal cuando él estaba en Buenos Aires o por correo
electrónico en la temporada de seis meses que él pasaba con su
familia en Alemania. Y luego en 2013 hicimos funciones en el Teatro
Nacional Cervantes de Buenos Aires y luego en 2014 hicimos funciones
en el mismo teatro, además de realizar gira por diferentes ciudades
de provincias argentinas.
Para referir al episodio
histórico original es necesario contextualizar lo que estaba
sucediendo en el principio de los años 20 en la Patagonia argentina.
Santa Cruz en aquellos
años era un territorio que repartía sus miles de hectáreas en
pocos manos de estancieros en su mayoría extranjeros y su principal
actividad económica era la producción de lana ovina que abastecía
a los talleres textiles londinenses, y donde la esquila patagónica
era llevada delante de manera casi hegemónica por peones chilenos,
Chilotes como se los denominaba de manera despreciativa, gente que
por salarios mucho más bajos que los peones argentinos llevaban
adelante la tarea con alta productividad, en medio del viento y el
frio soportando con naturalidad cotidiana, sin protesta, un régimen
laboral esclavista.
Aquella realidad
latifundista prosperaba en un clima de orden impuesto a punta de
revolver por los dueños de la tierra con complicidad de las fuerzas
del orden de aquel territorio nacional con un poder central asentado
en Buenos Aires que miraba de reojo con cierta displicencia aquel
cuadro, sin mucha vocación ni capacidad de intervención, con
grandes ganancias para los patrones y condiciones laborales y una
retribución casi medieval para los trabajadores de la tierra.
En esa pintura tan
parecida al far west norteamericano, llegan dos novedades: por un
lado la finalización de la primera guerra mundial y la aparición de
proveedores laneros provenientes de territorios del commonwealth como
Australia y Canadá que provocaba el derrumbe de los precios de la
lana y cierre de mercados para la oferta patagónica, con miles de
toneladas de vellones sin salida en los galpones; y por otro lado,
como producto de huir de la hambruna de la Europa destruida por la
guerra, la llegada de trabajadores del viejo mundo, en su mayoría
portadores de ideas comunistas, socialistas o anarquistas.
El baño de realidad de
siglo XX de estos dos componentes sobre aquella geografía, que
parecía detenida en el tiempo, de inmediato empapó esas lejanas
latitudes en el marco de la crisis económica mundial posbélica y
trajo los aires de trabajadores que sabían de derechos laborales,
luchas obreras y motivados por ideas, libros y corrientes políticas
que veían en la Revolución rusa un camino nuevo para la humanidad,
entre descubrimientos científicos, avances tecnológicos y los
aires de querer modificar el mundo, contra toda explotación
capitalista.
Estas nuevas
circunstancias indujeron a las patronales a descargar sobre los
bolsillos de los trabajadores y sus condiciones laborales las
pérdidas provocadas por la crisis y esto desató una ola de reclamos
inéditos en la región por parte de los afectados por las medidas
patronales.
Ante este cuadro los
patrones unifican sus posiciones conformando la Liga del Comercio y
de la Industria y la Sociedad Rural de Santa Cruz, en ambas
organizaciones priman la voluntad de no renunciar a la riqueza
obtenida, la decisión de que así como antes no compartieron las
ganancias en las buenas, tampoco habrán de hacerse cargo de las
pérdidas en las malas, para eso está “la peonada”, una especie
de subraza que aguanta todas las órdenes y nunca se queja. Por eso
los primeros reclamos producen pánico entre las clases altas, que
empujados por la presencia anarquista y socialista entre quienes
levantan la voz, se organizan en instituciones patronales de las
cuales son parte las autoridades políticas de entonces, que no son
otra cosa que portavoces de los estancieros y de los empresarios.
Los trabajadores a su
vez forman la Federación Obrera como filial de la FORA en aquellos
territorios y la dirigencia que aparece al frente de los reclamos son
miembros de la corriente anarcosindicalista, donde entre otros
sobresalen las figuras del gallego Antonio Soto y del alemán Schulz,
la prédica de la Federación Obrera rápidamente se pone al frente
de los reclamos de los comercios y los hoteles de las ciudades.
Mucho más difícil
resultaba la posibilidad de ponerse al frente de los recamos del
campo, ¿Por qué razón los chilenos de las estancias van a creer y
dar entidad a las ideas propagadas por personas tan diferentes a
ellos? ¿Por qué causa va a crecer y enraizar en el pensamiento de
los peones de campo, el discurso pronunciado por gente en un idioma
extranjero que les suena exótico, o de una forma de articular
oraciones en un idioma español que no entienden, y que les resulta
lejano y ajeno?
Allí aparece y se
agranda la figura de José Font, un paisano entrerriano afincado hace
algunos años en la región, conocido entre los criollos como “Facón
Grande”.
Facón Grande no era un
peón ni padecía la exploración y las paupérrimas condiciones de
vida de los peones, al contrario, era un próspero empresario
asentado en la zona de Jaramillo, dueño de las líneas de carros y
tropas de carretas que servían de transporte de víveres, correo,
portador de novedades y elementos necesarios para la actividad
productiva de as estancias. Y fue a través de él, como criollo y
hombre de a caballo respetado entre los trabajadores rurales, que
indignado ante los atropellos a que eran sometidos los peones, se
pone al servicio de los sindicalistas y los ayuda a hacer ingresar el
mensaje revolucionario y libertario de los sindicatos en los galpones
de esquila.
La profundización de la
crisis y de las posiciones de ambos bandos, rompió todo dialogo, y
hacia 1920 se produce la primera gran huelga, por lo cual superadas
las instancias políticas regionales, ameritó la intervención del
gobierno nacional e Hipólito Irigoyen envía a un amigo personal, un
militar simpatizante de la causa radical para resolver el conflicto:
el coronel Héctor Benigno Varela.
Apenas llegado a Santa
Cruz, el coronel dialoga con ambas partes, recorre campos y
estancias, comprueba las condiciones de trabajo reinantes. Los peones
reclamaban unos centavos más por oveja esquilada, una manta más
para cada uno para el invierno, ampliar un poco la ración de leña y
velas, que los botiquines estuvieran en castellano para ser usados en
caso de accidentes y que se efectuaran visitas médicas preventivas a
las estancias.
El coronel entendió
como justos los reclamos y llevado esto a la mesa de negociación
ante los estancieros, se firma un convenio colectivo resolviendo la
huelga, los peones contentos por sus reivindicaciones logradas y los
patrones sabedores de que los costos económicos que acarrearían las
medidas firmadas eran mínimas y no afectarían ni disminuirían sus
exorbitantes ganancias.
Pero a poco de retornar
a Buenos Aires con el convenio firmado que testificaba el éxito de
la gestión del coronel, los patrones deciden no cumplir con lo
aprobado en el convenio.
El convenio había
dejado en los peones, el sabor de triunfo sobre los estancieros como
primer paso de un camino de reivindicaciones a arrancar de las manos
de los poderosos. Y en los estancieros la sensación de que les
habían metido la mano en el bolsillo, máxime ante el reclamo de los
estancieros chilenos alarmados porque la mejora del jornal en
Argentina provocaría una emigración de los peones chilenos cruzando
la cordillera y vaciando las estancias trasandinas.
Los estancieros deciden
ignorar lo firmado, y la FORA llama de inmediato a la Huelga general.
Los grupos empresarios de todo el país se solidarizan con los
estancieros y la Sociedad Rural presiona a Irigoyen para que
normalice aquel territorio volviendo a las condiciones previas a la
intervención de Varela, los peones consolidan el llamamiento a la
huelga simultanea en todo Santa Cruz, organizando aquella inmensidad
geográfica de cerca de un millón de kilómetros cuadrados,
careciendo en aquellos años de cualquier otro medio de comunicación
que no fueran los carros de Facón Grande o de emisarios a caballo
devorando leguas con las novedades. Sin embargo por disciplina y
acatamiento a las decisiones asamblearias, logran sostener en paro
total de actividades al territorio que va desde el mar a la
cordillera, y desde el estrecho de Magallanes hasta el sur de Chubut.
Ante el agravamiento de
la situación, Irigoyen decide enviar nuevamente al coronel Varela,
con claras instrucciones que vaya y normalice la situación, y para
mayor transparencia dijo a su hombre de confianza que haga lo que
hubiera que hacer. Sea por presión de la Sociedad Rural o la Liga
Patriótica que reclamaron a Irigoyen mano dura hasta eliminar los
elementos extranjeros y activistas como permitió en la Semana
Trágica de 1919, o por la presión del embajador británico que
advirtió que en defensa de los estancieros ingleses, en caso de no
dar solución el ejército argentino, ordenarían desembarcar en
santa Cruz a las tropas de un barco de guerra ingles amarrado en
Malvinas, o sea por la exigencia de la clase política porteña de
alvearistas y conservadores de normalizar aquel territorio nacional,
Irigoyen cede a las presiones y envía tropas al mando del coronel
que antes había logrado solucionar aquel conflicto por medios
pacíficos.,
Sería largo entrar en
detalles que la investigación de Osvaldo Bayer cubre totalmente con
rigor científico, pero la realidad es que esta visita del coronel no
se pareció en nada a la anterior misión.
El resultado es
alrededor de 1500 fusilados en toda la provincia, asambleas de peones
que decidían su rendición o personalidades caracterizadas que
decidían parlamentar con el coronal eran fusilados delante de la
propia tumba que eran obligados a cavar- Mientras Varela ejecutaba su
pan fusilador desde el Atlántico hasta los Andes, ciudad por ciudad,
pueblo por pueblo, estancia por estancia, levantando su mano derecha
con cuatro dedos señalando el cielo, que era la orden de aplicarle
cuatro tiros al ejecutado.
Para inicios del año
1922 la masacre estaba concluida, el ejército a las órdenes de
Varela había hecho lo que el coronel entendió que había que hacer
con toda eficacia. Terminada la campaña “libertadora” recibe de
sus oficiales el parte de que los soldados lloraban por las noches y
padecían pesadillas de terror por la memoria de lo vivido. Los
portadores de los fusiles y las balas asesinas de aquellos pelotones
de fusilamiento no eran soldados profesionales, sino que en su
mayoría eran conscriptos haciendo el servicio militar obligatorio
para los jóvenes de 20 años.
Frente a la certeza de
que estos jóvenes llorarían frente a sus madres y familias narrando
los hechos, lo que terminaría en un escándalo similar a lo vivido
diez años antes con las denuncias acerca de la masacre ocurrida en
el hundimiento de la fragata Rosales de la Armada Argentina; Varela
opta por una solución de raíz, lavar de esas cabezas atormentadas
aquellos recuerdos tortuosos.
Decide garantizar el
silencio de aquellos jóvenes cuando vuelvan a la vida civil
pagándoles a cuenta del Ejercito Argentino una semana de placer en
los prostíbulos de los diferentes puertos ya que en la concepción
del coronel el sexo desenfrenado que podría brindar los
experimentados servicios pagados de una meretriz podrían borrar los
rostros deformados de esos polacos y esos rusos con el dolor de la
balacera instalado en sus rostros y sus miradas.
Como buen militar,
entendió que en esta operación, el orden era la garantía del
éxito, por lo que debía ser confiada a la oficialidad la operación
comercial discutiendo precios en la contratación de los servicios
de las diferentes “casas de tolerancia” de cada puerto y a los
suboficiales correspondía la misión de instruir – debido a la
poca o nula experiencia sexual de aquellos jóvenes – explicándoles
a través de un pizarrón como eran las partes del cuerpo de una
mujer, como hacer uso del servicio contratado y como evitar
contagiarse un chancro o una gonorrea.
Los oficiales
contrataron los locales donde las pupilas de cada local cumplirían
con los servicios requeridos, para lo cual aquellos muchachos por
orden superior se pondrían su uniforme que debería lucir impecable
y en formación militar recorrerían las cuadras necesarias
marchando hasta arribar a la cita amorosa convenida.
El plan castrense
fríamente calculado funcionó como un reloj en todos los puertos y
en los diferentes prostíbulos, claro que la Historia depara
sorpresas, y en “La Catalana” de Puerto San Julián la operación
militar es rechazada por una fuerza contraria que expulsa a las
tropas sometiéndolas a una derrota militar.
En “La Catalana”,
prostíbulo de la ciudad de Puerto San Julián, la encargada o
madama, como se denominaba esa función, doña Paulina Rovira recibe
de manos del oficial encargado, el dinero de la contratación de los
servicios sexuales de las cinco mujeres que allí desempeñaban
tareas como meretrices.
El mismo oficial retorna
un tiempo después marchando al frente de los soldados que pocos días
después embarcarían hacia Buenos Aires, Cuando están a punto de
llegar a la cita acordada a metros del local de citas, doña Paulina
Rovira advierte que las pupilas se niegan a brindar el servicio e
intenta reintegrar lo cobrado, cosa que el oficial rechaza y entre
risotadas de los uniformaos intentan ingresar al prostíbulo, siendo
que de inmediato son rechazados por las prostitutas quienes con
palos, escobas y lampazos corren a los soldados por la calle,
mojándolos y golpeándolos con aquellos elementos de limpieza al
grito de “Cobardes”, “Malnacidos”, “Asesinos”, “Con
asesinos no nos acostamos”.
No hay más dato
objetivo de estos hechos que un acta policial encontrada por Osvaldo
Bayer, que narra la decisión de las cinco mujeres meretrices de no
brindar servicio sexual a los soldados que acaban de aplastar la
huelga de los trabajadores del campo.
Por haber deshonrado el
uniforme patrio el coronel planea que un escuadrón de ejército con
la policía protagonice la toma del prostíbulo y hacer deponer las
armas a las sediciosas. Quienes luego de una escaramuza son acusadas
de traición a la patria, detenidas, golpeadas, torturadas con una
represión salvaje, mojadas durante la noche expuestas a la
intemperie de las ventosas noches santacruceñas, y sometidas a
interminables interrogatorios, amenazándolas con los peores
castigos, salvo que ejercieran un acto reparador: abrir las piernas y
brindar sexo a los humillados soldados y todo se olvidaría.
Las mujeres persisten en
su negativa por lo que se les retira las libreta sanitaria
impidiéndoles ejercer como meretrices a futuro, son enviadas a
cárceles de otras localidades u deportadas fuera de Santa Cruz.
El coronel no entendía
que en una casa de citas, las “putas” fueran capaces de guardar
lealtad a principios éticos, que fueran las únicas que no se
arrodillaron frente a la violencia de los poderosos y que en aquella
oportunidad se negaran a entregar sus cuerpos, tomados por ellas como
campo de batalla frente a un ejército vencedor. Fueron las únicas
que no miraron para el costado.
Los años y el
oscurantismo histórico se tragaron a aquellas mujeres y qué fue de
ellas, por lo que me parece que aquí debemos rescatarlas del olvido
nombrando a cada una de ellas; la inglesa Maud Foster, la española
María Juliache, y las argentinas Consuelo García, Ángela Fortunato
y Amalia Rodríguez, vaya su mención como homenaje a quienes aún a
riesgo de ser duramente castigadas se negaron a ser parte de la
fiesta de los triunfadores en memoria de tanto peón de la tierra
fusilado.
Poco más se sabe de
ellas, lo narrado en su mayoría lo escuché de labios de Osvaldo
Bayer, solamente se sabe que Maud Foster retornó a Puerto San Julián
y fue la encargada del prostíbulo La Catalana como veinte año
después.
Del coronel Varela, no
hay calle ni placa que lo recuerde, cabe destacar como agravante que
las autoridades militares hicieron retirar las placas - que
oportunamente fueran puestas en su homenaje - del panteón militar,
como forma de exculpar las atrocidades criminales de unos de los
suyos, en tácito reconocimiento a la verdad de aquellos asesinatos
que la investigación de Osvaldo Bayer sacara a la luz.
En cambio siempre
Osvaldo me decía que en la tumba de Maud Foster, en el cementerio de
San Julián, cada día hay una flor fresca que alguna mano anónima
le deposita. Ante mi desconfianza, cuando visité aquel cementerio
con el elenco de Las putas de San Julián, cementerio patagónico
erosionado por el viento, tumbas, cruces y placas donde se notan las
dentelladas del viento arrasándolo todo, bronces desgastados y
nombre en mármoles que apenas se leen. Cementerio de flores de papel
o tela atadas con alambre para que no se vuelen, todo más que
deprimente, sin embargo como una excepción de color a lo gris de la
meseta arrasada, allí estaba la flor fresca.
Osvaldo ya no está
entre nosotros y sin embargo “Las putas de San Julián” sigue
haciendo difundir el resultado de su investigación.
El Spanish Theatre Group
de la Universidad de Virginia realizó funciones en febrero 2018, en
el Teatro Helms de Charlottesville, Virginia, Estados Unidos, de la
obra de mi autoría, aprobada en vida por Osvaldo Bayer, que rememora
aquellos hechos: “Las putas de San Julián”
El prof Operé,
catedrático del departamento de Lenguas de la Universidad de
Virginia, presentó una ponencia ante el Congreso Mundial de
Hispanistas que en julio de 2019 se llevó a cabo en la Universidad
Hebrea de Jerusalén, y que fuera reproducido por la revista Exégesis
de la Universidad de Puerto Rico, todos lugares donde el propio
Osvaldo Bayer no hubiera pensado llegar.
Hace pocos días le
comenté a Esteban Bayer, uno de los hijos de Osvaldo sobre lo
ocurrido en Virginia, lo de Jerusalén y de Puerto Rico, y él me
miró y me dijo; Osvaldo sigue con sus valijas llevando los
documentos de aquellos crímenes que no deben ser olvidados.
A veces, cuando ensayo
esta obra para su reestreno recuerdo la sonrisa de Osvaldo diciéndome
que llevar al escenario aquella historia trae un poco de justicia
sobre tanto dolor de hace un siglo. A lo mejor será que, como decía
Osvaldo, sobre los sucesos vividos por aquellas valientes mujeres, al
final siempre la Historia termina dándole la razón a la Ética.